Pequeños seres flexibles y alargados iban conjugándose alrededor de aquel cuerpo, formando una curiosa superficie texturizada. Casi una segunda piel. Sentada en lo más alto del acantilado veía como, poco a poco, aquella extraña criatura salía de las profundidades del Mediterráneo. Cuanto más soplaba, más intensamente parecía bailar aquella figura lejana que, por aquél entonces, ya se había convertido en el único punto de atención. El resto; silencio.
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